NOWHERE
El Campello
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Paralelismo diacrónico sobre la investigación sonora en el espacio de las artes plásticas.
Vol 7 (2012): Entre el Arte sonoro y el Arte de la escucha
http://revistas.um.es/api/article/view/173941
Vol 7 (2012): Entre el Arte sonoro y el Arte de la escucha
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Habitando el vacío
La obra de Bernabé Gómez reflexiona sobre el espacio existencial desde diferentes puntos de vista, incluyendo aspectos no sólo físicos sino también sociales, psicológicos y, por supuesto, personales. El centro de su investigación se basa en que todos los elementos que conforman el espacio están relacionados con el hombre en una simbiosis holística e inseparable que lo define y lo configura. Se parte de una concepción del hombre unida a su espacio, una relación indisoluble que se entiende como un todo y que determina la idiosincrasia de cada una de las partes.
Su planteamiento artístico parte de las ideas de filósofos como Norberg Schulz, Jean Piaget, Martin Heidegger, Georges Pereç, Gastón Bachelar y Otto Friedrich Bollnow que defienden la importancia del carácter espacial de la existencia humana. Según argumenta Piaget, la relación del ser humano con el espacio se desarrolla gradualmente durante la infancia donde el niño empieza a construir su mundo y, a su vez, su propia identidad. Con lo cual, para llegar a comprender el espacio y el individuo es necesario estudiar esta relación que se establece desde la infancia. Norberg Schulz enumera diversos esquemas de organización que necesita el hombre para orientarse y captar esas relaciones existenciales espaciales: el centro y el lugar, las direcciones y los caminos y, las áreas y los límites. El espacio humano se percibe desde el centro, el hombre es el centro y, en consecuencia, busca constantemente delimitar un centro que le sirva de referencia, un espacio de estabilidad y referencia. Este centro representa lo conocido, en contraposición con lo desconocido que está representado por lo circundante. Bajo esta concepción empiezan a definirse los lugares, definiciones del espacio necesarios para conquistar y orientarnos dentro de él. Para desplazarse hacen falta las direcciones y los caminos que dividen y estructuran las áreas, definiendo los límites entre lo conocido y lo desconocido, entre interior y exterior que muestra los espacios vivenciales del hombre. En esta obra, aparecen lugares, caminos y áreas elementos que al combinarse, convierten al espacio en una dimensión real de la existencia humana. En conclusión, desde la infancia el hombre se une al espacio por necesidad configurándose un identidad conectada a la experiencia del lugar.
Con respecto la parte más plástica, la obra de Bernabé Gómez se caracteriza por mostrar diferentes espacios abiertos, deshabitados y deshumanizados caracterizados por la ausencia y el silencio. Estos espacios mínimos esperan ser habitados por el espectador quien los dota de significado con respecto su experiencia y sus deseos. El autor invita al observador a hacer un ejercicio de introspección con el objetivo de conquistar y definir los espacio propuestos. Esta actitud le permite, no sólo entender la construcción física del espacio sino el origen y la evolución de su propia identidad. Las referencias visuales más cercanas las podemos encontrar en las obras de Walker Evans, Sophie Ristelhueber, Stephen Shore y Daniel Blaufuks entre otros. Además de la imagen fotográfica, el trabajo de Bernabé Gómez da mucha importancia al sonido espacial, como configurador de la identidad y como partícipe necesario del espacio retratado. Podemos destacar las relaciones con los trabajos de Robin Minard, Bernhard Leitner, Ryoji Ikeda y Alva Noto, entre otros compositores que estudian el sonido y el espacio.
Como conclusión se podría decir que en la obra de Bernabé Gómez se unen el espacio, lo visual y lo sonoro de una forma indisoluble, estableciendo un diálogo entre sí para comunicar a través de la imagen diversos aspectos de la identidad social e individual. Sus imágenes hay que verlas como un estudio de la identidad a través del paisaje, encontramos paisajes naturales que abordan el tema de lo instintivo hasta entornos urbanos que tratan temas de lo social y colectivo. En todas ellas hay un tema en común y que centra todo su trabajo, la preocupación por desentramar la esencia del individuo, lo original y lo social, y las relaciones y conflictos que existen entre ambas realidades.
Su planteamiento artístico parte de las ideas de filósofos como Norberg Schulz, Jean Piaget, Martin Heidegger, Georges Pereç, Gastón Bachelar y Otto Friedrich Bollnow que defienden la importancia del carácter espacial de la existencia humana. Según argumenta Piaget, la relación del ser humano con el espacio se desarrolla gradualmente durante la infancia donde el niño empieza a construir su mundo y, a su vez, su propia identidad. Con lo cual, para llegar a comprender el espacio y el individuo es necesario estudiar esta relación que se establece desde la infancia. Norberg Schulz enumera diversos esquemas de organización que necesita el hombre para orientarse y captar esas relaciones existenciales espaciales: el centro y el lugar, las direcciones y los caminos y, las áreas y los límites. El espacio humano se percibe desde el centro, el hombre es el centro y, en consecuencia, busca constantemente delimitar un centro que le sirva de referencia, un espacio de estabilidad y referencia. Este centro representa lo conocido, en contraposición con lo desconocido que está representado por lo circundante. Bajo esta concepción empiezan a definirse los lugares, definiciones del espacio necesarios para conquistar y orientarnos dentro de él. Para desplazarse hacen falta las direcciones y los caminos que dividen y estructuran las áreas, definiendo los límites entre lo conocido y lo desconocido, entre interior y exterior que muestra los espacios vivenciales del hombre. En esta obra, aparecen lugares, caminos y áreas elementos que al combinarse, convierten al espacio en una dimensión real de la existencia humana. En conclusión, desde la infancia el hombre se une al espacio por necesidad configurándose un identidad conectada a la experiencia del lugar.
Con respecto la parte más plástica, la obra de Bernabé Gómez se caracteriza por mostrar diferentes espacios abiertos, deshabitados y deshumanizados caracterizados por la ausencia y el silencio. Estos espacios mínimos esperan ser habitados por el espectador quien los dota de significado con respecto su experiencia y sus deseos. El autor invita al observador a hacer un ejercicio de introspección con el objetivo de conquistar y definir los espacio propuestos. Esta actitud le permite, no sólo entender la construcción física del espacio sino el origen y la evolución de su propia identidad. Las referencias visuales más cercanas las podemos encontrar en las obras de Walker Evans, Sophie Ristelhueber, Stephen Shore y Daniel Blaufuks entre otros. Además de la imagen fotográfica, el trabajo de Bernabé Gómez da mucha importancia al sonido espacial, como configurador de la identidad y como partícipe necesario del espacio retratado. Podemos destacar las relaciones con los trabajos de Robin Minard, Bernhard Leitner, Ryoji Ikeda y Alva Noto, entre otros compositores que estudian el sonido y el espacio.
Como conclusión se podría decir que en la obra de Bernabé Gómez se unen el espacio, lo visual y lo sonoro de una forma indisoluble, estableciendo un diálogo entre sí para comunicar a través de la imagen diversos aspectos de la identidad social e individual. Sus imágenes hay que verlas como un estudio de la identidad a través del paisaje, encontramos paisajes naturales que abordan el tema de lo instintivo hasta entornos urbanos que tratan temas de lo social y colectivo. En todas ellas hay un tema en común y que centra todo su trabajo, la preocupación por desentramar la esencia del individuo, lo original y lo social, y las relaciones y conflictos que existen entre ambas realidades.
Espacios Mínimos
Centro Cultural Playas. San Juan. Alicante
Espacios mínimos consiste en una exploración por todos aquellos espacios que nos rodean y que habitamos, convirtiéndose en parte esencial de nuestra identidad. Paisajes, pasillos, esquinas, calles, descampados, espacios vacíos que habitamos y que personalizamos acordes a nuestra memoria, deseos y anhelos.
En todas estas obras existe una profunda sensibilidad dialéctica entre forma y vacío, entre ser y no ser, que obliga a escuchar la música silenciosa del vacío. Las formas se funden en el espacio, en un juego misterioso del ser y del devenir, de transformación eterna de formas y lugares. Un juego de neblinas y sombras, de luces y mareas que hace emerger de la nada el misterio de lo cotidiano.
Espacios mínimos consiste en una exploración por todos aquellos espacios que nos rodean y que habitamos, convirtiéndose en parte esencial de nuestra identidad. Paisajes, pasillos, esquinas, calles, descampados, espacios vacíos que habitamos y que personalizamos acordes a nuestra memoria, deseos y anhelos.
En todas estas obras existe una profunda sensibilidad dialéctica entre forma y vacío, entre ser y no ser, que obliga a escuchar la música silenciosa del vacío. Las formas se funden en el espacio, en un juego misterioso del ser y del devenir, de transformación eterna de formas y lugares. Un juego de neblinas y sombras, de luces y mareas que hace emerger de la nada el misterio de lo cotidiano.
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A la deriva
Catálogo + CD
Alguien dijo alguna vez, que el antídoto para los hijos de fin de siglo, sería la enfermedad incurable del Romanticismo… La razón de ser de este fenómeno cultural del siglo XIX fue la búsqueda de la libertad auténtica, donde una nueva generación de espíritus exploradores, problemáticos e insatisfechos aspiraron a disipar la desazón entre lo finito y lo infinito. El hombre romántico encontró en el viaje una incertidumbre y un bálsamo para aguijonear y templar su alma, en una particular esencia contradictoria.
Releo a Bernabé Gómez en el esbozo de su idea sobre la deriva, y regreso a sus imágenes fotográficas, entonces, un revelamiento se hace visible: la empatía.
Como hijos de fin de siglo, como póstumas cenizas del romanticismo, somos expedicionarios inconformistas. Estamos dotados de un lastre melancólico que nos empuja a colmar ese deseo que se antepone al placer de lo buscado. Hablo de ese deseo que niega los aciertos fáciles, aquel que nos obliga a desertar, a dejarlo todo para ir al encuentro de lo desconocido, provocando una huida en todas direcciones. Julio Cortázar consiguió definir a la perfección este sentimiento irracional y solitario del nómada -físico y psíquico- como “movimiento brownoideo”, que no era otro que el trazo del recorrido de una mosca en el espacio: “…vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido”1.
La obra de Bernabé Gómez expresa con un antagonismo enternecedor, el conflicto irresoluble de aquel que se niega a enquistarse en un lugar, ya sea del espacio o del tiempo y sin embargo no puede ni quiere olvidar su pasado, el vestigio de sus huellas. ¿Por qué inmortalizar la fugacidad del tránsito? Nada más seguro que la fotografía para repetir aquello que nunca podrá volver a ser.
Podemos establecer a través del estudio conceptual de A la deriva ciertas analogías con el “Tratado de nomadología” de Gilles Deleuze, filósofo francés cuyo pensamiento se inscribió en el movimiento estructuralista y en las llamadas filosofías de la muerte del sujeto. Para Deleuze el trayecto nómada distribuye a los hombres en un espacio abierto, indefinido, en un espacio sin fronteras ni cierre. “El espacio nómada es liso, sólo está marcado por trazos que se borran y se desplazan con el trayecto, es lo no delimitado, para el nómada lo absoluto no aparece, en un lugar, sino que se confunde con el lugar no limitado. Líneas de fuga, articulaciones de deseo, donde el placer parece el único medio para una persona de orientarse en un proceso que le desborda. Una especie de apuesta vital, de apuesta ética, que no tiene fin porque no hay respuesta. El mapa es impreciso”2.
A la deriva, nos propone una apuesta para construir un espacio y un tiempo liberados, entendidos como procesos expansivos que no acaban nunca. Es una transformación sin fin como lo es la propia construcción de la memoria. La deriva es una errancia que nos proporciona un territorio existencial donde nuestros agenciamientos nos generan espacios de libertad y definen el éxodo. No obstante hallamos un punto de inflexión en la obra de Bernabé Gómez, con respecto al planteamiento deleuzniano del nomadismo: la memoria. El nómada de Deleuze no recuerda, ese es su motor, su máquina de guerra, su emancipación, su florecimiento. Los nómadas de Deleuze no tienen historia, solo tienen geografía. A la deriva auxilia a su creador de vagar por la oscuridad implacable del olvido, de perder la certeza de lo recordado, lo vivido. Ya que, toda fotografía es un certificado de presencia, un remedio para un pasado fragmentado de recuerdos muy precarios. La fotografía, como apuntaba Roland Barthes, en su obra “La cámara lúcida”: “…es más que una prueba: no muestra tan sólo algo que ha sido, sino que también y ante todo demuestra que ha sido. En ella permanece de algún modo la intensidad del referente, de lo que fue y ya ha muerto. Vemos en ella detalles concretos, que ofrecen algo más que un complemento de información. Conmueven, abren la dimensión del recuerdo, provocan esa mezcla de placer y dolor, la nostalgia”3.
La fotografía repite aquello que no tiene lugar más que una vez, es el escenario donde se desenvuelve una singularidad inclasificable. Es la herida que no se borra y se niega a desaparecer y sin embargo, existe una inadecuación entre la precisión objetiva de la foto y la fragilidad de nuestra memoria. Cada paisaje retratado, para el viajero lúcido- por supuesto, no hablo del turista indolente- vuelve a marcar la incertidumbre, franqueando el umbral del recuerdo, poblando de espejismos y sombras su trayectoria. Y es en esta indefinición aterradora del olvido donde el creador se libera del pasado y da rienda a la pulsión artística, avanzando nuevamente en un campo inmanente de deseo.
Por último, no quiero dejar de hacer referencia a otra deriva: la deriva situacionista. En 1958 Guy Debord fundador de la Internacional Situacionista expuso su teoría de la deriva, en ella presentaba una nueva técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos. El concepto de deriva estaba unido al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica- propuesta en la cual se pretende entender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas- y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo. En la deriva el azar y la incertidumbre daban paso a un terreno pasional, dando lugar a emociones insólitas en un espacio poblado de interferencias. El situacionista por lo tanto a partir de su recorrido transformaba el paisaje y en ello residía su labor creativa. Bernabé Gómez nos ofrece su particular visión de la deriva situacionista, haciendo de su tránsito una creación artística. Sin embargo, Guy Debord consideraba que la deriva debía ejecutarse entre varias personas, se trataba de un juego donde la interacción de sus componentes producía una construcción colectiva integrando diversos devenires. El caso de A la deriva es distinto, ya que nos encontramos con un único derivador, un único ser que se cita consigo mismo y juega solo. Deambula en soledad sobre paisajes aparentemente deshabitados. Esta solo en la búsqueda, porque nadie más que él puede tomar parte de esa caza sin fin. Entonces ¿Por qué nos regala su mirada más introspectiva?, ¿Por qué esta acción altruista? Quizás porque el arte es compartir, encontrar al Otro en uno mismo o sencillamente porque el Romántico se rebela ante la escisión del Yo y su alteridad…
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1. Cortázar, J. Rayuela, pp. 221-222. Ed. Alfaguara. 1985. Madrid.
2. Deleuze, G. y Guattari, F. “Tratado de nomadología: La máquina de guerra”. en Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. p. 146. Ed. Pre-textos. 1987. Valencia.
3. Barthes, R. La cámara lúcida. p. 24. Ed. Paidós. 1989. Barcelona.
Milagros Angelini
Profesora de Teoría del Arte Contemporáneo y Estética de la Modernidad
Universidad Miguel Hernández
Alguien dijo alguna vez, que el antídoto para los hijos de fin de siglo, sería la enfermedad incurable del Romanticismo… La razón de ser de este fenómeno cultural del siglo XIX fue la búsqueda de la libertad auténtica, donde una nueva generación de espíritus exploradores, problemáticos e insatisfechos aspiraron a disipar la desazón entre lo finito y lo infinito. El hombre romántico encontró en el viaje una incertidumbre y un bálsamo para aguijonear y templar su alma, en una particular esencia contradictoria.
Releo a Bernabé Gómez en el esbozo de su idea sobre la deriva, y regreso a sus imágenes fotográficas, entonces, un revelamiento se hace visible: la empatía.
Como hijos de fin de siglo, como póstumas cenizas del romanticismo, somos expedicionarios inconformistas. Estamos dotados de un lastre melancólico que nos empuja a colmar ese deseo que se antepone al placer de lo buscado. Hablo de ese deseo que niega los aciertos fáciles, aquel que nos obliga a desertar, a dejarlo todo para ir al encuentro de lo desconocido, provocando una huida en todas direcciones. Julio Cortázar consiguió definir a la perfección este sentimiento irracional y solitario del nómada -físico y psíquico- como “movimiento brownoideo”, que no era otro que el trazo del recorrido de una mosca en el espacio: “…vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido”1.
La obra de Bernabé Gómez expresa con un antagonismo enternecedor, el conflicto irresoluble de aquel que se niega a enquistarse en un lugar, ya sea del espacio o del tiempo y sin embargo no puede ni quiere olvidar su pasado, el vestigio de sus huellas. ¿Por qué inmortalizar la fugacidad del tránsito? Nada más seguro que la fotografía para repetir aquello que nunca podrá volver a ser.
Podemos establecer a través del estudio conceptual de A la deriva ciertas analogías con el “Tratado de nomadología” de Gilles Deleuze, filósofo francés cuyo pensamiento se inscribió en el movimiento estructuralista y en las llamadas filosofías de la muerte del sujeto. Para Deleuze el trayecto nómada distribuye a los hombres en un espacio abierto, indefinido, en un espacio sin fronteras ni cierre. “El espacio nómada es liso, sólo está marcado por trazos que se borran y se desplazan con el trayecto, es lo no delimitado, para el nómada lo absoluto no aparece, en un lugar, sino que se confunde con el lugar no limitado. Líneas de fuga, articulaciones de deseo, donde el placer parece el único medio para una persona de orientarse en un proceso que le desborda. Una especie de apuesta vital, de apuesta ética, que no tiene fin porque no hay respuesta. El mapa es impreciso”2.
A la deriva, nos propone una apuesta para construir un espacio y un tiempo liberados, entendidos como procesos expansivos que no acaban nunca. Es una transformación sin fin como lo es la propia construcción de la memoria. La deriva es una errancia que nos proporciona un territorio existencial donde nuestros agenciamientos nos generan espacios de libertad y definen el éxodo. No obstante hallamos un punto de inflexión en la obra de Bernabé Gómez, con respecto al planteamiento deleuzniano del nomadismo: la memoria. El nómada de Deleuze no recuerda, ese es su motor, su máquina de guerra, su emancipación, su florecimiento. Los nómadas de Deleuze no tienen historia, solo tienen geografía. A la deriva auxilia a su creador de vagar por la oscuridad implacable del olvido, de perder la certeza de lo recordado, lo vivido. Ya que, toda fotografía es un certificado de presencia, un remedio para un pasado fragmentado de recuerdos muy precarios. La fotografía, como apuntaba Roland Barthes, en su obra “La cámara lúcida”: “…es más que una prueba: no muestra tan sólo algo que ha sido, sino que también y ante todo demuestra que ha sido. En ella permanece de algún modo la intensidad del referente, de lo que fue y ya ha muerto. Vemos en ella detalles concretos, que ofrecen algo más que un complemento de información. Conmueven, abren la dimensión del recuerdo, provocan esa mezcla de placer y dolor, la nostalgia”3.
La fotografía repite aquello que no tiene lugar más que una vez, es el escenario donde se desenvuelve una singularidad inclasificable. Es la herida que no se borra y se niega a desaparecer y sin embargo, existe una inadecuación entre la precisión objetiva de la foto y la fragilidad de nuestra memoria. Cada paisaje retratado, para el viajero lúcido- por supuesto, no hablo del turista indolente- vuelve a marcar la incertidumbre, franqueando el umbral del recuerdo, poblando de espejismos y sombras su trayectoria. Y es en esta indefinición aterradora del olvido donde el creador se libera del pasado y da rienda a la pulsión artística, avanzando nuevamente en un campo inmanente de deseo.
Por último, no quiero dejar de hacer referencia a otra deriva: la deriva situacionista. En 1958 Guy Debord fundador de la Internacional Situacionista expuso su teoría de la deriva, en ella presentaba una nueva técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos. El concepto de deriva estaba unido al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica- propuesta en la cual se pretende entender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas- y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo. En la deriva el azar y la incertidumbre daban paso a un terreno pasional, dando lugar a emociones insólitas en un espacio poblado de interferencias. El situacionista por lo tanto a partir de su recorrido transformaba el paisaje y en ello residía su labor creativa. Bernabé Gómez nos ofrece su particular visión de la deriva situacionista, haciendo de su tránsito una creación artística. Sin embargo, Guy Debord consideraba que la deriva debía ejecutarse entre varias personas, se trataba de un juego donde la interacción de sus componentes producía una construcción colectiva integrando diversos devenires. El caso de A la deriva es distinto, ya que nos encontramos con un único derivador, un único ser que se cita consigo mismo y juega solo. Deambula en soledad sobre paisajes aparentemente deshabitados. Esta solo en la búsqueda, porque nadie más que él puede tomar parte de esa caza sin fin. Entonces ¿Por qué nos regala su mirada más introspectiva?, ¿Por qué esta acción altruista? Quizás porque el arte es compartir, encontrar al Otro en uno mismo o sencillamente porque el Romántico se rebela ante la escisión del Yo y su alteridad…
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1. Cortázar, J. Rayuela, pp. 221-222. Ed. Alfaguara. 1985. Madrid.
2. Deleuze, G. y Guattari, F. “Tratado de nomadología: La máquina de guerra”. en Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. p. 146. Ed. Pre-textos. 1987. Valencia.
3. Barthes, R. La cámara lúcida. p. 24. Ed. Paidós. 1989. Barcelona.
Milagros Angelini
Profesora de Teoría del Arte Contemporáneo y Estética de la Modernidad
Universidad Miguel Hernández
El cuerpo creado. Representaciones del cuerpo en la contemporáneidad
El universo sonoro del cuerpo es tratado por Bernabé Gómez haciendo un recorrido por las diferentes aproximaciones que existen en la actualidad. Desde la concepción del cuerpo como instrumento, hasta la relación que establece con el mundo sonoro que le rodea.
CIRCODESEO
El proyecto Circodeseo consite en construir una metáfora de la realidad a través de la imagen volátil del circo. Su dinámica de presencia/ausencia nos ayuda a reflexionar sobre el concepto de deseo. Su finalidad consiste en instalar un pensamiento crítico en la conciencia que mantenga en alerta constante al individuo para que sea capaz de analizar sus deseos, emblema de la actual sociedad consumista.
YOES
Proyecto se basa en la construcción fragmentada del yo posmoderno
La realidad de la psique es tal, que solo puede ser contemplada como un yo fragmentado o como una imagen del otro, o en su imagen en el espejo siguiendo el postulado lacaniano según el cual el “estadio del espejo” representado como el momento en el que un (o una) infante se "reconoce" a sí mismo en la imagen del espejo o en un otro semejante y próximo que le re-presenta. Asimismo esta idea se complementa con la proliferación y multiplicidad de roles y significados lingüísticos de la posmodernidad para la generación y complementación social y lingüística del individuo en una entidad multicultural y con capacidad de asumir diferentes roles lingüísticamente compleja. No solo a nivel inconsciente, sino también en el inconsciente. Recordemos que para Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje, retornando a la concepción original de Freud, es decir, expresa que el inconsciente no puede representar objetos reales en el lenguaje de modo absoluto, lo inconsciente remite a lo no-dicho por el lenguaje.
La realidad de la psique es tal, que solo puede ser contemplada como un yo fragmentado o como una imagen del otro, o en su imagen en el espejo siguiendo el postulado lacaniano según el cual el “estadio del espejo” representado como el momento en el que un (o una) infante se "reconoce" a sí mismo en la imagen del espejo o en un otro semejante y próximo que le re-presenta. Asimismo esta idea se complementa con la proliferación y multiplicidad de roles y significados lingüísticos de la posmodernidad para la generación y complementación social y lingüística del individuo en una entidad multicultural y con capacidad de asumir diferentes roles lingüísticamente compleja. No solo a nivel inconsciente, sino también en el inconsciente. Recordemos que para Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje, retornando a la concepción original de Freud, es decir, expresa que el inconsciente no puede representar objetos reales en el lenguaje de modo absoluto, lo inconsciente remite a lo no-dicho por el lenguaje.